"Aurora recordó al animal que alcanzó a distinguir, huyendo en estampida, mientras se abría paso a través del bosque. Asintió, con la mirada perdida, y levantó la espada medio oxidada que portaba a la espalda. Ante semejante gesto -al fin y al cabo, Aurora era dama de absurdos ropajes, cabellera de enjambre, gesto ausente y pronto acero- el caballero dejó escapar un alarido.
Un fuerte olor a quemado llenó el aire y la raíz pulposa, sesgada en dos, retrocedió de nuevo a lo oscuro.
Aurora suspiró, tratando de dominar la ira.
-No vuelvas... -silbó entre dientes-. No vuelvas a tocar mis peonias."
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